
“Us es la última película del director de cine estadounidense Jordan Pelee; una película de terror que a su vez se erige como una declaración política”.
Us no es simplemente nosotros, es también el acróstico para nombrar a los Estados Unidos (United States). Y es que esta aterradora declaración política, es una crítica hacia las políticas migratorias internas en una sociedad cada vez más dividida. Por culpa de una clase política empecinada en revivir la Guerra Fría e iniciar una cacería de brujas contra los inmigrantes. En un país forjado por inmigrantes de todos los rincones del planeta.
Octavio paz solía decir que para ser universal era necesario ser local y Jordan Pelee lo logra de forma extraordinaria. No solo desde el juego de palabras con el que ha nombrado su película. Sino que además ha tomado una situación muy actual de la vida política norteamericana, que afecta de forma radical la cotidianidad de los ciudadanos del norte. Para construir un discurso estético y cinematográfico que no tiene ningún desperdicio.
Esta película de este autor afrodescendiente. Centra su argumento en la premisa de que, cada vez que señalas a alguien con un dedo, con el resto te señalas a ti mismo. Al tiempo que logra construir un discurso escalofriante, que nos recuerda que, a quien hay que temerle no es al diablo, ni al otro, sino a nosotros mismos.
Cuando las personas hablan del cine y los cineastas en general, se refieren a artistas y obras de arte.
Sin embargo no todas las películas son obras de arte ni todos los cineastas son artistas.
¿Qué hace falta para que una película sea una obra de arte? Definitivamente, que tenga un carácter polisémico. El cine que vale la pena ver como arte es aquel que nos hace pensar y que puede tener tantas interpretaciones como observadores.
Us logra este cometido, ya que puede ser interpretado como un escalofriante thriller o como una demoledora declaración política sin convertirse en un panfleto. Justo eso es lo que la convierte en una obra de arte: la sutilidad con la que se construyen el discurso narrativo y el discurso estético.
No puedo dejar de sentir envidia por esta sutilidad.
Al buscar en mi memoria cinematográfica local no encuentro una sola obra de producción nacional que exprese una declaración política sin convertirse en un panfleto. Si bien contamos con una rica cinematografía política en su mayoría identificada con los movimientos guerrilleros de los años 60 y 70 y una vasta cinematografía social, a mi honestamente me encantaría poder ver en nuestro cine películas que se erijan de forma sutil pero devastadora como iconos contra las políticas concretas que afectan la cotidianidad de nuestra sociedad, sin miedos ni tapujos.
¿A que se debe la inexistencia de estas obras?
A lo mejor la inexistencia de estas obras se deba a que nuestra realidad es tan cruda que no se puede abordar de forma sutil sino que hay que lanzársela al rostro a nuestra clase dirigente como lo hiciera De la Cerda en Soy un delincuente; en el caso de que su público objetivo fuera ese. Sin embargo, no somos estadounidenses y nuestro problema no son los otros.
Tampoco estamos en los ochentas y los problemas más inmediatos de nuestra sociedad no son la brutalidad policial hacia los delincuentes. Pecando de reduccionista podría asegurar que los problemas más inmediatos de nuestra sociedad son la gobernabilidad y la producción que al mismo tiempo son temas inexistentes en nuestro cine durante los últimos 20 años.
A excepción, tal vez, de Brecha y Macuro, cuyo profundo postulado ideológico y significado polisémico las convierte en declaraciones políticas a la altura del mejor y más costoso cine del mundo, lo que las convierte en obras de arte del cine nacional y universal.